Llega el metro, la gente sale al galope para alcanzar el último vagón que se adelanta a lo largo del andén hasta llegar a la mitad. Suena el aviso de cierre de puertas, nos ponemos en marcha y me embebo en mi última adquisición antropológica... imbuída en los melódicos lances de María Severa recorriendo las tabernas lisboetas del S XIX en busca del mejor postor al que deleitar con sus cadentes acordes a cambio de un poco de resguardo y tranquilidad en el conturbado desorden de la velha cidade...
En ese momento, alzo la mirada y veo aparecer a un lisiado ciego que entra en el metro, las miradas instantáneamente se dispersan por los lugares más inexplorados del vagón. El hombre avanza, quedo, tanteando con el bastón en busca de la especie de barra americana interpuesta en su paso por algún ladino ingeniero. La esquiva y continúa murmurando "se voçês tenhen um pouco de vontade...". En ese mismo instante noto como la vontade se nos atomiza entre él y el, de repente, corrompido aire del convoy. Le miro, buscando las fuerzas para meter la mano en el bolso y sacar alguna moneda, pero me paraliza la desidia de no intuir lo pragmático de la acción, de querer desentrañar si servirá más darle escasas monedas para hacer de mi conciencia un gesto más amable o de la realidad un aspaviento más grotesco... y me quedo así... pillándome los dedos con la cremallera oxidada, evocándome la vida con sangre hasta en las vergüenzas...
Mientras, pasa por mi lado, llegamos a Anjos y el hombre se baja del vagón.
Me retraigo...
Shanghai A la vista
Hace 5 años
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